Corría el año 1981. Yo era un pretendiente a estudiante del curso de física de la Universidad de Buenos Aires. Vivía en el apretado departamento de mis queridos y siempre recordados tíos Morocha y Hugo. Era un pibe de 19 años que aspiraba a dedicarse a las ciencias, mientras realizaba tareas administrativas en un edificio de la zona de Retiro en Buenos Aires. Con mucha propaganda anunció la televisión que iría a pasar una serie documental sobre astronomía llamada Cosmos. Parecía un progama interesante. Mi primo Alberto me invitó a verla en su casa, mientras cenábamos, creo que iba los jueves a las 9 de la noche. La cena se extendía bastante después de la emisión del programa, en medio de discusiones casi-filosóficas y especulaciones semi-científicas. Cosmos me dio vuelta la cabeza.
Permitanme ubicar históricamente a quienes han venido después a este mundo. Internet no era una palabra todavía, al menos no para la mayoría del mundo. Las computadoras tenían tamaños comparables a una sala. La divulgación científica era escasa. La última gran misión al espacio había sido el envío de dos sondas a Marte con el nombre de Viking. El telescopio más grande seguía siendo el de Monte Palomar, de poco más de 5 m de diámetro. (Estaba también el soviético del Cáucaso, con 6 m, pero de performance tan mala que nunca produjo un resultado científico rescatable.)
Carl Sagan en frente a una de las antenas del Very Large Array en New Mexico (USA) |
El documental se centraba en la figura de Carl Sagan, un astrofísico de importantes contribuciones y al que le gustaba decir que era un exobiólogo. Todo podía ser hilvanado al fluir del Cosmos, la física, la matemática, la vida, la historia del Mundo. Y de hecho su título completo era: Cosmos: Un viaje personal. Trece capítulos (tal vez quiso mostrar Sagan que no era supersticioso?) con títulos tan sugerentes como Las Costas del Océano Cósmico, Una Voz en la Fuga Cósmica o Quien habla por la Tierra? formaban la colección completa que después fue vendida como libro, en cintas VHS, y ahora DVD. El relato de Sagan era fluido y envolvente y nos traía un mensaje al mismo tiempo positivista y racional como esperanzado y moral. Sagan era un apóstol de la ciencia en la que creía apasionadamente. La serie contaba además con una selección musical excelentemente elegida que incluía a Shostakovih, Mozart, Pachelbel y la famosa pieza minimalística Alpha de Vangelis, entre otras. A esto se agregaba un trabajo artístico dirigido por el genial Jon Lomberg, que en algunos casos parece haber previsto las imágenes que tomó el Huble Space Telescope más de 10 años después. El formato en general, invitaba a la reflexión, lejos de los atribulados documentales Clip-like que más nos confunden hoy en día.
Leo hoy en el diario que se cumplen 29 años del estreno de la serie en EEUU y aquí en Brasil ya preparan los festejos de los 30. En Argentina la serie es repetida en el canal público Encuentro. Me alegro que lo hagan. La generación Cosmos a la que pertenezco mucho le debe a él, a la serie Connections de James Burke, así como a los films Tron, Blade Runner (entre otros), a las novelas de la n-logía Fundación (Asimov), al Cubo Mágico y a las calculadoras programables HP. (Yo agrego a mi queridísimo y no tan popular Stanislaw Lem cuyas novelas Investigación y Fiebre del Heno me facinaron mientras que Ciberíada me hizo reir hasta el delirio).
Es una excelente noticia saber que Sagan aún sigue haciendo escuela. Aún más en el Año Internacional de la Astronomía. Les dejo la primera parte del capítulo de presentación (con subtítulos en portugués). Que lo disfruten tanto como yo lo disfruté.
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