domingo, 31 de diciembre de 2017

El Post-truth o la victoria de Charles Fort

Post-truth: relacionado a o que denota circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes  que apelar a la emoción o a las creencias personales para formar la opinión pública. (Traducción mía de la palabra del año 2016 según Oxford Dictionaries)


¿Fueron los platos voladores las primeras posverdades del siglo XX? Tal vez no, porque Kenneth Arnold dice haber visto a los nueve objetos volando próximos de sí aquel día de 1947, aunque no consiguió identificarlos, de allí su nombre Objeto Volador no Identificado (OVNI).  Pero sí es una posverdad vincular el  Área 51 con experiencias extraterrestres.  Mi debut con las posverdades es la farsa del hombre en la Luna, mi tío abuelo desconfiaba en 1969 de los ianquis y sospechaba que todo era una invención de Hollywood.  En mi ingenuidad infantil pensaba que mi tío abuelo era único en el mundo en su desconfianza. Por eso mi sorpresa fue enorme al descubrir el tamaño de la comunidad descreída de la aventura lunar, más aún al ver que su bastión estaba en los EEUU, el país que hizo el esfuerzo económico y humano.

El tiempo no hizo más que aumentar las posverdades. El atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono, el famoso 9/11, creó una suerte de competencia por ver quien creaba la teoría más absurda sobre lo que ocurrió en aquella mañana interminable.  Ya habíamos sufrido el pasaje de milenio, y pocos años después nos deparamos con las Profecías Mayas que nunca se cumplieron, por supuesto.

Me dedico a escribir sobre falacias pseudocientíficas hace más de 30 años.  En la ingenuidad adolescente de mis inicios en este campo, pensaba que podría ayudar aportando una voz más a un grupo de emprendedores que contó con nombres insignies como Carl Sagan y  Martin Gardner. Pensé también que la información era el mejor remedio para convencer a incrédulos, y por ese motivo el acceso universal a la Internet sería un camino natural para acabar con las falacias. Y sin embargo, nos encontramos frente a un fenómeno que, todo indica, dejó de ser intracendente y puede definir elecciones presidenciales.

Tengo la impresión que la historia comenzó hace más de un siglo y tiene nombre y apellido: Charles Hoy Fort.  En el libro "Fad and fallacies in the name of science" Martin Gardner relata las disparatadas ideas que los forteans han mantenido desde las primeras publicaciones de su creativo líder. Fort recolectó infinidad de historias que leyó en periódicos retirados del British Museum en Londres, y de la Biblioteca Pública de New York.  Aunque que carecía de estudios académicos, o tal vez por esa razón,  dedicó su vida a investigaciones de eventos anómalos poco considerados por los científicos profesionales.  Pudo darse el lujo de ser un diletante científico gracias a una herencia familiar que lo liberó de la obligación diaria de trabajar. Y dos amigos, que poco entendían de ciencia y mucho lo admiraban, consiguieron que sus libros fueran publicados. El primero y más conocido es el "Libro de los Condenados" , donde por condenado Fort entiende que son todos aquellos que se dejan convencer por la ciencia que hacen los científicos profesionales, lo que se da en llamar en inglés de "mainstream science". Ciencia que Fort llamaba de dogmática. Él tenía particular aversión por los astrónomos, a quienes consideraba ineptos (stumblebums, en sus propias palabras), incluso menos idóneos que los astrólogos al momento de realizar predicciones, como, por ejemplo, encontrar un nuevo planeta por medio de cálculos perturbativos. Según Fort, la Tierra no gira en torno de su eje diariamente, por el contrario, una esfera hueca con pequeños orificios gira en torno a la Tierra. Del otro lado, una luz se proyecta hacia el interior y da la sensación de existencia de estrellas. La esfera está compuesta por un material gelatinoso, y, de vez en cuando, este material es arrancado  cayendo sobre la superficie terrestre. Fort había recolectado noticias de periódicos y revistas que daban cuenta de una lluvia de gelatina  celeste y por eso recomendaba mucho cuidado a los aviadores.  En los cuatro libros que publicó en vida, y las ediciones de la revista Doubt que por muchos años publicó la Sociedad Fortean, un catálogo gigantesco de maravillas increíbles (literalmente uso el término aquí) como esta puede ser encontrado.

¿Era Fort un ignorante autoconvencido de sus genialidad? ¿Era un sinvergüenza que lucraba con la ingenuidad ajena? Algunos biógrafos creen que ni uno ni otro, Fort era un personaje que el Fort real había creado para sembrar de dudas a la humanidad, por el mero placer de verla confundida, o, al menos, para mostrar que la certeza absoluta es imposible. Siendo la Mecánica Celeste la rama de la astronomía más desarrollada en los tiempos de Fort, cuyo objetivo es describir la posición de los astros con la máxima precisión alcanzable, era la presa más apreciada de sus críticas. Una cierta vez Fort dijo: "No creo en nada propio que haya escrito alguna vez." Uno de sus más cercanos amigos, quien lo indujo a publicar sus libros, quien participó de la creación de la Sociedad Fortean y quien fue editor de la revista Doubt hasta su muerte, dijo "Fort no era un loco. De ninguna manera creía él minimamente en ninguna de sus hipótesis."

¿Serán así también los forteans contemporáneos que de manera indiscriminada publican fábulas irreales, dando cuenta de fenómenos que nunca han ocurrido, negando otros cuya existencia no debería ni siquiera ser cuestionada o brindando explicaciones inverosímiles a cuestiones cotidianas? ¿Dedican su tiempo libre a la ficción periodística sólo para reirse de la ciencia dogmatizada? ¿Son chiflados? ¿O, simplemente, desengañados?

El problema es que en los años 1920, cuando Charles Fort comenzó a publicar sus disparatadas teorías, su impacto en escala global era insignificante. Hoy, la conectividad permite que las ideas se transmitan, literalmente, a la velocidad de la luz, entre dos antípodas del planeta. Y el privilegio de trasladarse sobre la superficie de la Tierra, sea uno mismo, sean sus ideas, que en épocas de Fort era para unos pocos, hoy se ha convertido en derecho universal. Parafraseando la frase que ilustra la teoría del Caos: Un twit en Brasil puede resultar en el crack de la bolsa en Nueva York

Mientras escribía este artículo, que me llevó más tiempo que el deseado, otro neologismo irrumpió en los medios de prensa: fake-news. Difícil discernir qué lo diferencia de las post-truth.  Cierto es que ambos son igualmente perniciosos en un mundo hiperconectado donde la mayoría acepta dócilmente cualquier afirmación que confirme sus prejuicios. 

No me cabe duda, Charles Fort se sigue riendo de todos nosotros.